miércoles, 1 de junio de 2016

D.C. Universe - Rebirth - La Columna de Logan.


 
Hubo un tiempo que fue hermoso y fui libre de verdad,
guardaba todos mis sueños en castillos de cristal.
Canción para mi Muerte – Sui Generis

La “generación Perfil”, esa camada de lectores que comenzó a interiorizarse en esto de leer y coleccionar comics books americanos en la nefasta década de los ’90 acá en argentina producto de las licencias de D.C. Comics que la editorial Perfil estaba explotando en ese momento, hoy por hoy ronda los 30 y largos años, y tiene algunas características propias únicas que difícilmente puedan ser reproducidas en generaciones posteriores. Gracias a dichas publicaciones, las de Perfil, y a sus notas editoriales y reseñas, y a los hoy anacrónicos debates que se generaban en las secciones de correo de esas revistas, terminó reivindicando ciertos títulos, ciertos personajes y ciertas sagas como seguramente ninguna otra generación hizo ni lo volverá a hacer. Esa generación, que hoy sigue teniendo peso en el medio desde el lado de un enorme porcentaje de artistas argentinos que tienen la suerte de poder desempeñarse como guionistas o dibujantes y pertenecen a ella o por parte de otro también significativo porcentaje de periodistas que ejercen su crítica y análisis en distintos medios, tiene su corazón anclado, le guste o no reconocerlo, en esos años bisagra de la industria, mezclando un montón de sabores y climas tan dispares como poderosos, y esto se evidencia de manera efectiva en las charlas y debates que actualmente generan en las redes sociales o sitios afines a la historieta.



La gran mayoría de ellos siguen leyendo historietas, aunque muchos ya se han bajado del pesado barco que significa estar al día con las dos editoriales más grandes de la industria del comic norteamericano, razón por lo cual no tienen conocimiento –estos últimos, al menos- de las obras significativas, por calidad o por el impacto que provocaron en su momento, de los últimos años que tanto D.C. Comics como su competencia directa, Marvel Comics, gestaron. Pero no por eso dejan de


interesarse por lo que estas empresas hacen, producen, y sobre todo por los caminos que recorren cuando deciden dar un volantazo y torcer el destino de todo un universo hacia un horizonte inesperado. Y hay ciertas palabras claves que para la “generación Perfil” funcionan como un enorme campo magnético de atracción muy difícil de evitar. “Crisis”, “muerte”, “multiversos” y “regreso” podrían ser algunos de estos llamadores, dado que esta generación vivió casi en tiempo real un puñado de eventos importantísimos que incluían estas palabras y significaron la última aventura de muchos personajes –última aventura momentánea, se sabe que en el comic americano nadie realmente muere de manera definitiva-, la destrucción de toda la estructura de un universo ficcional tal cual lo conocíamos o el retorno de personajes que hacía años estaban fuera de circulación.

Y claro, no solo para esta generación sino también para cualquier tipo de lector, tenga la edad que tenga y acuse el sexo que sea, hay ciertos comics que fueron publicados bajo el sello de D.C. Comics –o algún imprint de dicha empresa- entre los ’80 y los ’90 que terminaron definiendo la época y se transformaron en referentes de una movida creativa con entusiastas y muy puntuales picos de calidad que incluso llamaban la atención de sectores de la prensa que pocas veces depositaba su vista en este medio. Sandman, The Dark Knight Returns, The Killing Joke, V for Vendetta, Kingdom Come, Batman: Year One, Transmetropolitan o, como no, Watchmen, fueron obras que supieron cerrar filas en cuanto a la crítica especializada y, en mayor o menor medida, la opinión del público: eran historietas que exponían sin tapujos la enorme potencia que este medio podía tener para narrar una buena historia y calar hondo en la psiquis y el corazón del lector, dándose el gusto además de transgredir, de elevar una crítica hacia nuestra sociedad y nuestra historia reciente, utilizando para dicho fin técnicas tan diversas como frescas, expuestas en todos los formatos que el mercado ofrecía.
La sombra que este puñado de obras y esta época proyectaron hacia el futuro es inconmensurable, imposible de calcular y, además, infinita. Nunca termina. Jamás. Estamos a solo 4 años de comenzar la tercer década de este “nuevo” siglo, y algunas de estas obras, que fueron pensadas, escritas y publicadas promediando la década del ’80 del siglo pasado, siguen afectando el mercado actual. Un hecho que expuesto así parece una locura pero cuando se lo analiza desde un marco más global no debería asombrar demasiado teniendo en cuenta que, por ejemplo, tanto la industria del cine como la de la televisión de ficción constantemente recurren a obras propias que tienen 30, 40 y hasta 50 años para retrotraerlas a nuestro presente en forma de “remakes” u homenajes, por no mencionar los centenares de guiones que siguen adaptando libros que fueron publicados, en algunos casos, a principios del siglo XX. Ni hablar del fenómeno televisivo-cinematográfico que incluye la conjunción de personajes u obras nacidas del comic book americano para ser trasladados a un medio audiovisual, ¿no? Y en la bolsa de adaptaciones entra también la historieta europea, oriental y hasta de nuestro propio país… el estreno de la película de Cazador está a la vuelta de la esquina, señores.

La Década Perdida

El opinólogo de turno que conoce el medio a la distancia o que no se molesta por forzar un análisis crítico sobre las obras que ambas compañías mainstream del mercado del comic book yanquie publican para movilizar o reestructurar sus universos comunes podría inferir que las diferencias entre Marvel y D.C. Comics no van mucho más allá de los personajes que las conforman, pero lo cierto es que las distancias entre ambas son muchísimo más grandes, y la misma no aleja o acerca a una u otra a publicaciones de más o menos calidad. Mientras que Marvel hace lo humanamente posible por mantener una cronología casi intacta y los arcos argumentales que narran sagas que conciernen a gran parte de los personajes que la conforman pueden afectar el status quo imperante pero casi seguro no van a meterse a reformular lo que ya fue narrado, las sagas editoriales de D.C. más recordadas y festejadas son aquellas en las cuales el desenlace terminó dejando como saldo un borrón y cuenta nueva para el universo ficcional desarrollado hasta el momento, gestando un nuevo punto de partida que, en muchos casos, incluyó reformular los orígenes de prácticamente todos los personajes y establecer nuevos puntos de contacto entre las relaciones que los aúnan. El reboot, término anglosajón moderno que hoy está tan de moda no solo en este medio sino también en el cine y la televisión, es casi moneda corriente en la editorial que dio vida a Superman, Batman y compañía. Los movimientos más violentos y con consecuencias más drásticas para la arquitectura ficcional que hasta ese momento se había delineado se dieron puntualmente en dos años: en 1985 con la afamada Crisis on Infinite Earths de Marv Wolfman y George Pérez, épica maxi-serie de 12 números que estableció un nuevo punto de partida para la casi totalidad de personajes de la editorial, y en el 2011, con la mini-serie de 5 números denominada Flashpoint, fruto de la pericia de Geoff Johns y Andy Kubert, saga fundamental para entender el relanzamiento editorial conocido como The New 52, en alusión a los 52 números “unos” de las series regulares que debutaron en septiembre de ese mismo año.

En ambos casos, las consecuencias más significativas y obvias de estos relanzamientos se verificaron al establecer un nuevo punto de partida para narrar las aventuras de personajes clásicos, revisitando sus orígenes y dando por sentado que todo el camino que habían recorrido hasta el momento quedaría en el olvido. Pero, una vez más, la capacidad que tienen estos personajes para evadir la muerte –aún cuando muchas veces transitan por la misma- es directamente proporcional a la imposibilidad de la editorial para dejar atrás décadas de aventuras, e incluso con dos intentos, distanciados casi 30 años uno del otro, dispuestos para limpiar un poco el desorden, reorganizar algunas tramas, sepultar muchos desastres y dar vuelta la página, la atracción que parece ejercer la vieja cronología es demasiado fuerte como para serle indiferente durante mucho tiempo. ¿A qué se debe este permanente y eterno histeriqueo? Las razones son tantas que se requeriría de una entrada exclusivamente dedicada a explicar este fenómeno. El mercado la mayoría de las veces te dicta las reglas del juego, y cuando hay editores sensibles al pulso del mismo se permiten modificar las mismas en pos de una tendencia. Pero también hay una problemática imperante que reúne a dos tipos de entusiastas clientes: los que son y los que serán. Satisfacer a los lectores fieles que vienen consumiendo comics books de esta editorial hace años es apenas uno de los objetivos que D.C. Comics tiene: el otro, más evidente, es salir al ring con las herramientas necesarias para seducir a potenciales futuros lectores, los cuales probablemente no van a ceder a los hechizos en tanto y en cuanto sepan que, de antemano, para estar “al día” con los pormenores de esta empresa deberán leer cientos de miles de comics que ya han sido publicados. El artilugio mercadotécnico debe funcionar en todos los niveles, y sumar uno más: el lector nuevo tiene que ingresar a este “nuevo” universo sin mayores problemas, pero no se le está permitido relajarse, es menester hacerle saber lo que se ha perdido, solo para poder ofrecérselo todos los meses en múltiples formatos recopilatorios, por supuesto.

¿Cómo encaja Rebirth en todo esto? Este nuevo proyecto que usa como piedra angular un especial de 80 páginas escrito, una vez más, por Geoff soy el puto amo de D.C. en el papel y ahora también en el cineJohns y dibujado por 4 luminarias del mercado, Ivan Reis, Phil Jimenez, Ethan Van Sciver y Gary Frank (el Barça de los artistas actuales del comic book mainstream) va a intentar algo sino imposible como mínimo lo suficientemente complejo como para llamar la atención de todo el mercado: recuperar parte de la cronología pre-Flashpoint –la que más les plazca, la que crean conveniente, la que les resulte más entretenida para explotar- y aunarla con la línea temporal actual, arrastrando con esto plots, artefactos, multiversos y, por supuesto, personajes que había quedado en el olvido. Como si esto no fuera suficiente, además, de una forma todavía no revelada de manera clara, van a sumar a la compleja cronología del DCU los eventos narrados en la maxi-serie Watchmen.

Ni una cosa ni la otra generan demasiada sorpresa al lector recurrente de esta editorial, y hay que ver a cuantos entusiasma esta movida. D.C. Comics ya había explotado el “universo” generado por Alan Moore y Dave Gibbons en Watchmen cuando en 2012 lanzó “Before Watchmen”, una serie de 37 comics estructurados en 8 mini-series y un one-shot explotando tramas previas a los sucesos narrados en la clásica maxi-serie. Por supuesto, esta movida no tuvo ni el visto bueno de Moore ni mucho menos algún tipo de aporte, pero los artistas convocados por la editorial, una vez más, no solo daban con la talla, estaban entre lo mejor que el mercado ofrecía en ese momento. Y la realidad es que el proyecto terminó articulando como un hermoso homenaje de dichos autores para con la obra del barbeta, y recorrer esos caminos es una experiencia excitante y estimulante para el lector amante de Watchmen.

Pero Watchmen aún seguía formando parte de un universo propio y distante que bajo ningún punto de vista convivía de alguna forma con la cronología principal de D.C., salvo por el hecho de las incontables tierras paralelas existentes que el lector aún no conoce, por supuesto. Y una vez concluida la lectura de este especial inaugural, Johns nos ofrece evidencias sutiles pero sólidas de la convivencia de ambos universos pero ninguna explicación. No todavía. Hay detalles obvios narrativos que hacen, también, alusión a la estructura que utilizaron Moore y Gibbons para desarrollar las aventuras de Doc Manhattan y sus amigos, pero no mucho más.

Sin embargo, en lo que sí podemos estar de acuerdo es en la emoción que la generación Perfil va a sentir cuando confirmen el regreso del cuasi-hijo pródigo/velocista escarlata, el que para nosotros es Flash, ni más ni menos, y que injustamente ha estado oculto debajo de una alfombra sin mayores motivos que los caprichosos designios editoriales de los bochos que deciden el destino de D.C. Comics. Y la forma en la que retorna, con evidentes referencias a la Crisis antes mencionada de 1985, termina teniendo un impacto muy profundo en nuestros sentimientos, porque juegan con muchos elementos desde el lado narrativo y también desde lo emocional, y todo en su conjunto, bien articulado, nos termina transportando a aquellos años felices donde todo era más sencillo –en los comics y en nuestras vidas- y las emociones –valga la redundancia- estaban a flor de piel. La efectividad lograda aún cuando juegan más que nada con nuestra memoria nostálgica es digna de aplaudir, y por una vez este es un “regreso” que no por poco anticipado deja de ser justo y coherente. Wally está de nuevo con nosotros, entre los vivos, y solo eso debería ser suficiente para entusiasmar a cualquier fan de D.C. a adquirir este especial de Rebirth

Por encima de todo esto hay, además, una historia que comienza, que recién muestra la puntita, que tuvo poco desarrollo en esta introducción y generó mil dudas, cuestionamientos y preguntas, que más que seguro tardaremos meses, cuando no años en poder contestar. Así que, hoy por hoy, así estamos, expectantes pero bastante contentos de tener, al menos, a Wally corriendo nuevamente. Nos volvemos a leer, sin prisa pero a paso seguro, en unos días, acá, en Tierra Freak.
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